14 de diciembre de 2007

Caso Madeleine McCann - Mis meses con Madeleine

The Guardian


Era un esperado descanso primaveral, una oportunidad de descansar en un acogedor resort para niños de Portugal. Pronto Bridget O’Donnell y su pareja hicieron amigos entre las demás familias mientras sus hijas de tres años jugaban juntas. Pero entonces Madeleine McCann desapareció y todo el mundo se vio inmerso en una pesadilla.



Bridget O'Donnell - Photograph: Graeme Robertson
Tumbados en la piscina solo para socios mirando al cielo. Vueltas y vueltas, los helicópteros sobrevolaban la zona. Sus cámaras nos enfocaban, burlándose del enclave amurallado. El agua de piscina formaba pequeños círculos. Era la mañana siguiente a la desaparición de Madeleine.

Seis días antes habíamos aterrizado en el aeropuerto de Faro. El autocar estaba repleto de personas como nosotros, padres cargando con múltiples trastos de los niños. Nos habíamos levantado todos al alba, corrido a través de autopistas y surcado el cielo en busca de la solución moderna a nuestra extenuación – el Kiddie club del Mark Warner. Viajé con mi pareja Jes, nuestra hija de tres años, y nuestro hijo de 9 meses. Praia da Luz era el resort de Mark Warner más cercano y esta era la semana más barata del año –un viaje de ganga, para un breve descanso.

Nos enseñaron nuestros apartamentos en medio de la excitación. El nuestro se encontraba en la cuarta planta, con vistas a la piscina familiar e infantil, en el lado opuesto al restaurante bar llamado Tapas. Me preocupé por la altura del balcón. ¿Deberíamos pedir uno en el bajo? ¿Era una madre paranoica? ¿Debería protestar, o simplemente disfrutar de las vistas?

Podíamos ver la playa y un gran cielo azul. Salimos para explorar. Nos sentimos cómodos al ir pasando los días. Había un cálido ambiente entre los padres, una felicidad compartida. Nuestros hijos se hicieron amigos en el kiddie club y al dejarlos, solíamos bromear sobre el hecho de que había 10 niñas rubias de tres años en el grupo. (Inciso: Algo muy difícil teniendo en cuenta que solo asistían a esa clase 6 niñ@s). Eran dadas a mangonear a los dos niños.

Los niños salieron a navegar y nadar, jugaron al tenis y aprendieron un baile para la actuación del fin de semana. Cada mañana, nuestra hija corría delante de nosotros para llegar al kiddie club. Se lo estaba pasando en grande. Jes se apuntó a clases de tenis. Yo leía un libro. Él hizo amigos. Yo leí otro libro.

Las cuidadoras del Mark Warner llevaban a los niños al Tapas para el té al finalizar cada día. Era una reunión amistosa. Los padres se quedaban junto a la piscina charlando. Hablábamos de los niños, sobre lo que hacíamos en casa. Teníamos esperanza de que el tiempo cambiase. Vigilábamos a nuestros hijos mientras jugaban. No vimos a nadie vigilando.

Algunos de los padres forman un grupo más grande. La mayor parte de ellos trabajaban para la seguridad social y se habían conocido muchos años antes en Leicestershire. Ahora vivían en diferentes lugares del Reino Unido, y estas vacaciones fueron su oportunidad de ponerse al día, de presentar a sus respectivos hijos, de reunirse. Reservaron una gran mesa cada noche en el Tapas. Los llamábamos “los médicos”. Algunas veces nos sentábamos en nuestro balcón y sus risas flotaban hasta nosotros. Uno de los hombres era el bromista. Tenía un marcado acento de Glasgow. Era Gerry McCann. Jugaba al tenis con Jes.

Una mañana, vi a Gerry y su mujer Kate en su balcón, charlando con sus amigos que estaban en el camino. Yo estaba contenta porque no teníamos su apartamento. Estaba en una esquina de la calle y la gente podía ver hacia el interior. Estaban expuestos. Por las noches, el cuidado de los niños era un dilema.” Había disponible cuidadores “presenciales” pero eran caras y muy solicitadas, la publicidad de Mark Warner aconsejaba reservarlas con mucha antelación. La otra opción era el servicio de cuidadoras del kiddie club, que se encontraba a un paseo de 10 minutos del apartamento. Los niños verían los dibujos animados juntos y después los metían en la cama. Después podías despertarlos, llevarlos de vuelta y meterlos otra vez en la cama una vez llegado al apartamento. Después de llevar a nuestros hijos a cenar un par de veces, el miércoles decidimos utilizar esta facilidad del club.

Habíamos reservado una mesa para dos en el Tapas y nos sentaron en la mesa contigua a la de los médicos. Uno a uno, comenzaron a llegar. Los hombres llegaron primero. Gerry McCann empezó a charlar con Jes sobre tenis. Gerry era sociable, un hombre prudente, pero considerado y cariñoso, nos invitó a unirnos a ellos. Hablamos sobre los niños. Nos dijo que ellos dejaban a los suyos durmiendo en los apartamentos. Mientras charlaban, yo cavilaba sobre los pros y los contras de hacer esto. Yo los admiraba, en parte, por no ser unos padres paranoicos, pero decidí que nuestro apartamento estaba demasiado lejos para ni siquiera contemplar esta posibilidad. Nuestro bebé era demasiado pequeño y yo estaría preocupada por si se despertaban.

Cuando llegó la cena me sonó el teléfono, nuestro bebé se había despertado. Hice el camino para recogerlo del kiddie club, después volví al restaurante. Seguía llorando por lo que dejamos nuestra cena a medio acabar y volvimos al club para recoger a nuestra hija que todavía dormía. Jes la llevó en brazos envuelta en una manta hasta casa. La noche siguiente nos quedamos. Era jueves, 3 de mayo.

Ese mismo día los niños habían tenido una clase de tenis, con algunos de los padres mirando orgullosos a sus niñas correr a través de la pista golpeando pelotas de tenis. Tomaron fotos. Madeleine debía estar allí, pero no podía distinguirla de entre las demás. Todas se parecían mucho –todas rubias, todas rosas y preciosas.

Jes y Gerry estaban jugando en la cancha contigua. Después, nos sentamos junto a la piscina y Gerry y Kate hablaban con entusiasmo al entrenador de tenis sobre el torneo del día siguiente. Los mirábamos ociosamente –tenían mucho tiempo la gente, escuchaban. Entonces Gerry empezó a mostrarle a Kate su nuevo “revés”. Ella lo miraba y sonreía. “Tu no te interesarías si yo te hablase sobre mis lecciones de tenis de ese modo”, me dio Jes. Los miramos un rato más. Kate estaba tranquila, quieta, preciosa; Gerry estaba seguro de si mismo, orgulloso, tonto, fuerte. Ella miraba su demostración de chiquillo con gran seriedad y paciencia. Esa fue la última vez que los vi aquel día. Jes vio a Gerry aquella noche.

Nuestro hijo no se dormía y sobre las 8h30 PM, Jes lo llevó a dar un paseo en su cochecito para tranquilizarlo. Gerry regresaba de hacer uno de sus controles y los dos hombres se pararon para charlar. Hablaron sobre hijas, padres, familias. Gerry estaba relajado y amigable. Comentaron el dilema de las cuidadoras en el resort y Gerry dijo que él y Kate se hubieran quedado en el apartamento también, si no estuvieran de vacaciones con un grupo. Jes regresó a nuestro apartamento justo antes de las 9h30 PM. Cenamos, bebimos vino, vimos un DVD y después nos acostamos. En la planta baja, un hecho completamente catastrófico estaba teniendo lugar. En el cuarto piso del bloque contiguo, éramos completamente ajenos.

A la 1 AM. Llamaron frenéticamente a nuestra puerta. Jes se levantó para abrir. Yo me quedé escuchando en la oscuridad. Sabía que era algo malo; solo podía ser algo malo. Oí a un hombre murmurando, después la voz de Jes. “¿Estás de broma?” dijo. No fueron sus palabras, sino el tono lo que me hizo estremecer. Regresó a la habitación. “La hija de Gerry ha sido secuestrada,” dijo. “Ella… “salté de la cama y fui a ver a nuestros hijos. Estaban allí. Nos sentamos. Jes había preguntado si necesitaban ayuda en la búsqueda y le dijeron que no se podía hacer nada; llevaba desaparecida tres horas. Jes sintió que debía ir a cualquier parte, pero yo quería que se quedara con nosotros. Yo era una cobarde, me daba miedo quedarme sola con los niños – y miedo de quedarme a solas con mis pensamientos.

Una vez trabajé como productora en la unidad del crimen de la BBC. Dirigí muchas reconstrucciones y pasé mi segundo embarazo produciendo nuevas investigaciones para Crimewatch. Los detectives me llamaban diariamente, detallando sus casos, y algunas de esas historias permanecen conmigo, al igual que esa de una niña siendo secuestrada de su baño, de su bici, o de su jardín y después retenidas en el asiento del pasajero, o metidas en el maletero de un coche. Siempre había un vehículo, y las primeras horas eran cruciales para el desenlace. Después, eran tiradas desnudas a un camino, o en una gasolinera con una nota de 10 libras para “coger un taxi de regreso con mamá”. Serían encontradas en una hora o dos. Algunas veces.

Desde el balcón podíamos ver algunas personas escrutando la inmensa oscuridad con pequeñas linternas. Los coches de policía llegaban y pensamos que tomarían el control. Nos acostamos sobre la cama pero no pudimos dormir.

A la mañana siguiente, nos hicimos camino para desayunar y nos encontramos con uno de los médicos, el que había venido la noche anterior. Su hija nos miraba desde su sillita. No había noticias. Dijeron que habían llamado a Sky televisión – no sabían qué otra cosa hacer. Se marchó y pude ver que estaba a punto de llorar.

Había gente llorando en el restaurante. Mark Warner había entregado cartas informándoles acerca de lo que había sucedido la noche anterior, y todos pensábamos qué hacer.

Nuestra hija nos preguntó sobre el kiddie club aquel día. Había estado esperando su actuación de aquella tarde. Jes y yo nos miramos. Mi primer instinto fue que no debíamos separarnos de nuestros hijos. Por supuesto no debíamos, debíamos abrazarlos y no perderlos de vista, nunca más. Pero entonces pensamos: ¿cómo vamos a explicarle esto a nuestra hija? O ¿cómo, si pasábamos el día en el complejo, evitaríamos estar comentando repetidamente lo que ocurrió delante de ella al ir encontrándonos con la gente por las calles? ¿Qué es lo que haría un buen padre? ¿Mantener a los niños cerca o respirar hondo y dejarlos un poco, hacer como si fuera igual que cualquier otro día?

Caminamos hacia el kiddie club. No había nadie más allí. Nos sentimos horribles, unos padres terribles simplemente por considerar la idea. Entonces vimos, esperando en el interior, a algunas de las cuidadoras del Mark Warner. Habían estado despiertas casi toda la noche pero aun así acudieron a trabajar ese día. Eran mujeres jóvenes inteligentes, atentas, nos gustaban y confiábamos en ellas. La actuación fue cancelada, pero ellas querían ofrecerles a los niños un día normal. Nuestra hija corrió adentro y empezó a pintar. Entonces, detrás de nosotros, llegó otra pareja con aspecto igualmente destrozado. Después otra, y otra. Decidimos, al final, dejarlos un par de horas. Pusimos “sus” mochilas en las perchas y vimos la etiquetada con el nombre de “Madeleine”. Cabizbajos, nos marchamos, bajo el culpabilizado brillo del sol de la mañana.

Locales y turistas habían comenzado a pasar fotocopias de una fotografía de Madeleine, mientras otros continuaban buscando en las playas y apartamentos del pueblo. La gente hablaba sobre lo que había ocurrido o se sentaba en silencio, con la mirada perdida. No vimos a ningún policía.

Más tarde, alguien llamó a la puerta de nuestro apartamento y dejamos pasar a dos hombres. Uno era un policía portugués uniformado, el otro era su intérprete. El intérprete era bizco y sudaba ligeramente. Estaba sin aliento, quizás un poco excitado. Más tarde supimos que era Robert Murat. Me recordó a un niño de mi clase en el colegio que fue maltratado.

A través de Murat contestamos unas cuantas preguntas y dimos nuestros datos, que el policía anotó en la parte posterior de un trozo de papel. No en un cuaderno.  Entonces nos señaló a la fotocopia de la fotografía de Madeleine que había sobre la mesa. “¿Es esta vuestra hija?” preguntó. “Er, no, le dijimos.” Es la niña que se supone que estáis buscando.” Mi corazón se hundió por los McCann.

Al ir pasando el día, fueron llegando más medios y más policía, vimos desde el balcón como los reporteros hacían pruebas con sus cámaras en la puerta del apartamento de los McCann. Cuando volvimos dentro las vimos en las noticias.

Tuvimos que pasar bajo la cinta policial con la sillita para comprar leche. Pasamos por delante de los perros pisteros, la policía local, después la policía nacional, locales y periodistas, y después de los periodistas internacionales, reporteros de TV y caravanas con antenas satélite. Cien pares de ojos y una docena de cámaras, se giraron silenciosas mientras doblábamos la esquina. Hicimos, por el bien de los niños, como si nada inusual estuviera ocurriendo. Más tarde, nuestra hija se vio a si misma con su padre en la TV. Aquella noche nos sentamos en la piscina solo para socios, observando los helicópteros que nos vigilaban. No sabíamos qué otra cosa hacer.

Llegó el sábado, nuestro último día. Mientras esperábamos por el autobús que nos llevaría al aeropuerto, nos juntamos alrededor de la piscina infantil junto al Tapas, hablando poco delante de los niños. Vigilaba a mi bebé y a mi hija de cerca, vergonzosamente agradecida de que yo podía hacerlo.

No habíamos visto a los McCann desde el jueves, cuando de repente aparecieron en la piscina. El limbo surrealista de los dos días pasados desapareció repentinamente para devolvernos a una realidad dolorosa y horrible. Fue un shock: la transformación física de estos dos seres humanos era enfermizo – lo sentí como un golpe físico. La espalda de Kate y sus hombros, sus manos, su boca, se habían convertido en una manifestación angular de un silencioso grito. Pensé que iba a llorar así que me di la vuelta para que ella no me viera. Gerry estaba de pie, sus labios se habían convertido en una fina línea impenetrable. Algunas personas, incluyendo Jes, intentaron reconfortarles. Algunos les dieron abrazos. Algunos les hablaban eludiendo la mirada. Todos nos preguntábamos qué hacer. Esa fue la última vez que vi a Gerry y Kate.

Los demás nos fuimos de PDL juntos, un grupo Mark Warner desolado. El autobús, el aeropuerto, el avión pasaron en silencio. No había otros pasajeros excepto nosotros. Llegamos a Gatwick durante las primeras horas de una mañana de principios de mayo. Sin chistes, sin bromas, solo adiós. Aunque en ese momento no lo sabíamos, esos días de mayo iban a dominar el resto de nuestro año.

“¿Tuvieron un buen viaje?” preguntó el taxista en Gatwick, remarcando instantáneamente el dilema de conversación que ocuparía las primeras semanas. ¿Decimos “Sí, gracias” y cambiamos de tema? ¿O divulgar el “si, pero no” de nuestra verdadera experiencia “Maddy”? Todo el mundo habla sobre las vacaciones, son un buen tema de conversación en el trabajo, en la peluquería, en el patio de recreo.

Todo el mundo nos preguntó sobre las nuestras. Yo me paraba y cogía aliento, mientras decidía si había suficiente tiempo para lo que iba a seguir. La gente estaba realmente horrorizada por lo que le había ocurrido a Madeleine e incluso por lo que nosotros habíamos pasado (aunque nosotros nos considerábamos afortunados). Su humanidad era reconfortante para nosotros; necesitábamos hablar sobre ello, mascarlo y compartirlo, para hacerlo más fácil de tragar.

Poco después de nuestro regreso vino la policía británica. Jes estaba contento de darles una declaración. La policía portuguesa nunca les había preguntado.

Al transcurrir los meses estivales, pensamos que la historia se iría disipando lenta y tristemente, pero en vez de eso floreció y se multiplicó, y se hizo casi imposible hablar de ninguna otra cosa. Nuestros amigos venían a cenar y nosotros intentábamos desviar la conversación a un tema diferente, aunque siempre volvía sobre Madeleine. Otros nos enviaron mensajes de texto para saber lo que opinábamos, después de cualquier movimiento en el caso. Los conocidos hablaban sobre nosotros en el contexto de Madeleine, llamándonos en medio de la conversación para aclarar datos.

Encontré algo de inmunidad en una extraña, culpable felicidad. Habíamos vuelto intactos a nuestra rutinaria vida familiar, mi vida era maravillosa, mi mundo era seguro, yo tenía suerte, estaba bendecida. Los colores del parque eran vivos e hyper reales y el sol me calentaba la cara.

A finales de junio, apareció la primera nube. Un periodista portugués llamó al móvil de Jes (había dejado su número a la policía portuguesa). El periodista, que estaba escribiendo para una revista llamada Sol, llamó a Jes incesantemente. Ambos trabajamos en la televisión y no podemos decir que estamos verdes sobre los medios, pero esto era una experiencia nueva. Jes supo esto por el camino difícil. Entre la educación e intentar deshacerse del periodista sin decir nada, colgó el teléfono, pero ya había dicho demasiado. Su artículo (de ella) hacía referencia a lo que había dicho “Jeremy Wilkins, productor televisivo” contra los “Tapas Nueve”, el grupo de amigos, incluyendo los McCann, a los que habíamos apodado los médicos. El artículo fue publicado a finales de junio.

A lo largo del mes de julio, el testimonio de Sol significó que Jes fue incorporado a las cronologías de Madeleine. Empezaron a llegar más nubes – esta vez sobre nuestra casa.

En agosto sonó el timbre de la puerta. El hombre era del Daily Mail. Preguntó si Jes estaba en casa (no estaba). Después de que se marchara pasé una tarde ansiosa analizando lo que había dicho, sopesando las posibles consecuencias. El artículo de Sol había traído al Daily Mail; ¿Qué pasaría después? Dos días más tarde, el Mail volvió a por Jes. Esta vez venían provistos de imágenes de un hombre calvo, corpulento visto fisgando en algunos lugares de PDL. Lo que se estaba diciendo es que ese hombre era el secuestrador de Madeleine. Se estaba hablando en la Web, el reportero insinuó, que ese hombre podría ser Jes. Me reí de lo ridículo que era todo esto y entonces me di cuenta que hablaba en serio. Miré las fotos, y no era Jes. Una vez, el padre de Jes lo buscó en Internet y encontró que “Jeremy Wilkins, productor televisivo” tenía más de 70.000 entradas en Google. Se hablaba de que era un “vigía” de Gerry y Kate; se decía que Jes estaba orquestando un hoax para la TV y que la desaparición de Madeleine era una parte de la estafa; se decía que los Tapas Nueves eran swingers (Inciso: personas que intercambian parejas). Se hablaba mucho.

A principios de septiembre, Kate y Gerry se convirtieron en sospechosos oficiales. El cálido apoyo que habían tenido se convirtió en frío. ¿Nos habían estafado cruelmente? El público necesitaba saberlo, y ¿quién había visto a Gerry sobre las 9 PM aquella aciaga noche?

Esta noche con Trevor McDonald, GMTV, the Sun, the News of the World, the Sunday Mirror, the Daily Express, the Evening Standard and the Independent on Sunday, empezaron a llamar. La oficina de Jes dejó de pasar llamadas de personas que pedían hablar con “Jeremy” (solo su abuela lo llama así). Algunos e-mails le decían que “estaría mejor” si hablaba con ellos o que lo “lamentaría” si no lo hacía, insinuando que le interesaba defenderse – no dijeron de que.

En silencio, nos empezamos a preocupar de que Jes podría ser el siguiente de la lista de alguna culpa o acusación imaginaria. Un sábado noche de septiembre, recibió una llamada: estábamos en la portada del News of the World. Nos habían hechos fotografías subversivamente en la puerta de nuestra casa. No había ningún otro dato. Nos fuimos a la cama, pero no pudimos dormir. “Maddie: el testigo secreto,” decía el titular, “directivo de la TV tiene una pista vital al misterio.” Desafortunadamente, Jes no guarda ninguna pista vital. En noviembre, recordó los eventos de aquella noche de mayo con los detectives de Leicestershire, pero no encontró nada sospechoso, nada que pudiera ayudar en la investigación.

A lo largo de este tiempo, siempre he creído que Gerry y Kate McCann eran inocentes. Cuando los nombraron sospechosos, cuando fueron abucheados, cuando una mujer me dijo que ella estaba “contenta” de que “lo hubieran hecho” porque eso significaba que su hijo estaba seguro, empecé a escribir este artículo – porque yo estaba allí, y creo que esa mujer está equivocada. No había “swingers” movidos por las drogas durante nuestras vacaciones, en lugar de eso, había un grupo de padres normales vestidos de Berghaus y preocupados sobre patrones de sueño. Seguros en nuestra banalidad, ninguno de nosotros imaginamos que estábamos siendo vigilados. Un grupo tomó una decisión desastrosa; Madeleine era vulnerable y la eligieron. Pero ante tal imprudencia desesperada, podíamos haber sido cualquiera de nosotros.

Cuando acaricio el pelo de mi hija, o siento sus labios de mariposa en mi mejilla, lo hago sabiendo lo que pudo haber sido. Pero nuestra experiencia no es nada, es irrelevante, comparado con el inimaginable dolor de los McCann. Sus vidas siempre se verán marcadas por esta oscuridad, mientras que el verdadero culpable puede no ver nunca la luz.

Así que mi corazón está con ellos, Gerry y Kate, la pareja que recordamos de nuestras vacaciones portuguesas. Tenía una hija preciosa, Madeleine, que jugaba y bailaba con la nuestra en el kiddie club. Esas son las personas que recordamos.

© Bridget O'Donnell 2007

Bridget O’Donnell es escritora y directora. Las ganancias de este artículo serán donadas al fondo Find Madeleine.

© Traducción de Mercedes